(ESP) traduction française ci-dessous
«De entre todas las formas que puede adoptar un cuerpo, mi favorita es la que toma en un abrazo», empecé a contarte. Aún no te habías ido y yo acostumbraba a despertar algo volada, algo inquieta. A ti te preocupaba mi dolor de hombros y me masajeabas y entonces mi torso no se torsionaba más sino que sacaba a relucir su materia chiclosa y podías moldearme como si fuese plastilina, siendo plastilina, la escultura de hueso que armaba mi caja torácica la colocabas con cuidado junto a la maceta del cactus del desierto y, suave y delicadamente, comenzabas a hundir tus dedos en mi articulación, como metiéndolos en el barro pero en el de mi cuerpo, jugabas con la masa de todas las cosas que podía ser porque a ti siempre te interesaron los volúmenes. Mientras tanto, yo te hablaba del espacio y tú escuchabas atenta, pese a que hablar del espacio en realidad es no decir nada.
«Me gusta la forma que hacen nuestros cuerpos cuando se abrazan, eso para mí es reconocer(se) en el espacio», contabas, como siempre, eligiendo de entre todas las palabras las exactas. Ahí fue que te nombré por vez primera: «eres una viajera exploradora del espacio», y te reías, como si te hubiese contado un viejo cuento chino, pero acaso era que no alcanzabas a ver tu pierna desdoblándose hasta Marte, acaso tal vez estabas obnubilada entre mi arcilla y no te dabas cuenta de que el entierro de tus dedos estaba llegando a tocar mi magma. «Yo siempre fui terrícola», asumí resignada, convencida de que en tu universo existían tantos otros mundos que jamás serían míos, pero tú y tus cuatro patas interestelares me cogisteis la cara y la besasteis en un beso mitad boca – mitad dedos de los pies, la cartografía del amor que se abraza como quiere, tus deditos cosquilleando mi mejilla y tu talón, como por inercia, marcando los cráteres lunares sobre los que hablábamos del espacio.
Cuando querías darte cuenta, tus dedos habían echado raíces. En mi cuerpo, en el tuyo: tus dedos prolongados hasta el horizonte aún por dibujarse y todo nuestro abrazo enredado en sus ramitas. Te comparé con un árbol porque el lenguaje de la amplitud no lo abarcan las palabras de este idioma. Si tú hubieras sido un árbol, yo habría sido colibrí. Si yo hubiese sido colibrí, tú hubieses sido néctar. Si tú fueses néctar, yo sería estambre. Y si yo fuese estambre, tú serías pistilo. Pero ninguna de esas palabras nos servía. No eran esos nuestros nombres y tampoco nuestros cuerpos tenían formas tan concretas. Antes de invocarte a cada rato, mi cuerpo moldeaba al tuyo porque tu arcilla y la mía se mojaban con el mismo agua, todas las formas posibles las tenían nuestros cuerpos, todos los astros de la galaxia intervenidos por alguna de tus extremidades interminables. Caminanta estelar, te acuerdas de cuando no eras un recuerdo? Siempre tenías los labios con la forma de un corazón, como en los dibujos animados, redondos y rosáceos, los lanzabas al aire para que al mezclarse con las nubes se embadurnasen de su humedad. A veces, cuando no podías mandarlos al cielo, cuando te veías obligada a dejarlos en tu cara, me pedías cacao y ponías alguno de tus dedos a disposición de mi tarro de bálsamo labial. A mí no me gustaba ese momento en que tenías la boca cerrada porque interrumpías el flujo de palabras que salían hacia mí, pero sí que me gustaba tu gesto gruñón cuando veías mi descontento. «No pueden transcurrir las palabras por los lugares donde no hay agua», me explicabas, «por eso es que por ti pasean solas, porque toda tú eres una inmensa masa de agua». La primera vez que metiste tus dedos en mi agua tuvieron sentido muchas cosas que el lenguaje de lo común no había sabido conceptualizar, por ejemplo las texturas del cariño o las de lo tranquilamente desconocido. Mi giganta espacial, qué largos podían llegar a ser tus dedos. Juntábamos las palmas de nuestras manos y las alzábamos a contraluz, jugábamos con los enredos y con las caricias, incluso sentías cosquillas cuando recorría con mis uñas el trayecto desde el principio de tu pulgar hasta su caída hacia el resto de los dedos. Alzábamos las manos a contraluz y, mágicamente, de tus yemas brotaban las hojas que solo pueden vivir cuando se está a punto de rozar el sol. Tus dedos ya no eran tal cosa sino que los habías estirado y estirado y tardé toda una noche en recorrer ese tramo entre tu pulgar y tu índice. Yo te miraba atónita, con el pelo en la cara y los dedos-rama, criatura hermosa y arbórea, asombrada de tu magnitud terrosa. Recordé que también yo tenía dedos aunque humanos y los sumergí en tu pelo de flores. Gemiste con calma y con placer: tus raíces en mi orilla, tu idioma en mi idioma. Te vi ahí, erguida, sauce milenario, mientras especulaba acerca de los modos de sacarle la forma de un cuerpo a un tronco de árbol, sería igual de fácil? Eras tan bonita, centaura llorona, tan bonita, era tu belleza tan infinita que ni siquiera me asustaba, incluso transmutada en cuerpo-árbol guardabas el corazón en tus labios, la corteza de tu tronco hidratada por mi vaselina industrial y tú venga a lanzarme besitos al aire, alzados a las nubes como en origen estuvieran tus dedos, «no mentía cuando dije que tu agua era vital para mi amor», «mi amor se alimenta de ti», tus besos ocupando todo el espacio del que veníamos hablando tiempo atrás.
(FR)
« Parmi toutes les formes que peut adopter un corps, ma préférée est celle que prend une étreinte », commençai-je à te raconter. Tu n’étais pas encore partie et moi j’avais l’habitude de me réveiller un peu abstraite, un peu inquiète. Toi tu te préoccupais de ma douleur d’épaule, tu me massais et mon torse alors ne se tordait plus, à la place il faisait ressortir sa matière caoutchouteuse et tu pouvais me façonner comme si j’étais de la pâte à modeler, étant de la pâte à modeler, tu plaçais soigneusement à côté du pot où se trouvait le cactus du désert la sculpture d’os que formait ma cage thoracique et, doucement et délicatement, tu commençais à plonger tes doigts dans mon articulation, comme si tu les mettais dans de l’argile, dans l’argile de mon corps, tu jouais avec la pâte de toutes les choses que je pouvais être parce que toi tu as toujours été intéressée par les volumes. Pendant ce temps, je te parlais de l’espace et toi tu écoutais attentive, bien que parler de l’espace en réalité ne soit rien dire du tout.
« J’aime la forme que prennent nos corps quand ils s’enlacent, ça pour moi c’est (se) reconnaître dans l’espace », racontais-tu, en choisissant comme toujours les mots exacts parmi tous. C’est là que je t’ai nommée pour la première fois : « Tu es une voyageuse exploratrice de l’espace », et tu riais, comme si je t’avais raconté une histoire à dormir debout, mais peut-être ne voyais-tu pas ta jambe se déployer jusqu’à Mars, peut-être étais-tu envoûtée dans mon argile et tu ne te rendais compte que l’enfouissement de tes doigts arrivait à toucher mon magma. « J’ai toujours été terrienne », assumai-je résignée, convaincue que dans ton univers il y avait tant d’autres mondes qui ne seraient jamais les miens, mais toi et tes quatre pattes interstellaires avez saisi mon visage et l’avez embrassé d’un baiser mi-bouche mi-orteils, la cartographie de l’amour qui embrasse comme il veut, tes doigts qui chatouillent ma joue et ton talon, comme par inertie, marquant les cratères lunaires au-dessus desquels nous parlions de l’espace.
Sans t’en rendre compte, tes doigts s’étaient enracinés. Dans mon corps, dans le tien : tes doigts se prolongeaient jusqu’à l’horizon à dessiner et notre étreinte entière s’emmêlait dans ses branches. Je t’ai comparée à un arbre parce que le langage de l’amplitude n’est pas compris par les mots de cette langue. Si tu avais été un arbre, j’aurais été un colibri. Si j’avais été colibri, tu aurais été nectar. Si tu étais nectar, je serais étamine. Et si j’étais étamine, tu serais pistil. Mais aucun de ces mots ne nous servait. Ce n’étaient pas nos noms et nos corps non plus n’avaient pas de formes aussi concrètes. Sans cesse avant de t’invoquer, mon corps modelait le tien parce que ton argile et la mienne étaient mouillées par la même eau, nos corps prenaient toutes les formes possibles, tous les astres de la galaxie envahis par l’une de tes extrémités sans fin. Marcheuse stellaire, te souviens-tu du temps où tu n’étais pas un souvenir ? Tes lèvres avaient toujours la forme d’un cœur, comme dans les dessins-animés, rondes et rosées, tu les lançais en l’air pour que, en se mêlant aux nuages, elles soient barbouillées de leur humidité. Parfois, quand tu ne pouvais pas les envoyer au ciel, quand tu étais obligée de les laisser sur ton visage, tu me demandais du baume à lèvres et tu mettais quelques-uns de tes doigts à la disposition de mon pot de vaseline. Je n’aimais pas ce moment où tu fermais la bouche parce que tu interrompais le flux de paroles qui me parvenaient, mais j’aimais ton geste grognon quand tu voyais mon mécontentement. « Les mots ne peuvent pas s’écouler là où il n’y a pas d’eau », m’expliquais-tu, « c’est pourquoi à travers toi ils se promènent tous seuls, parce que toi toute entière tu es une immense masse d’eau ». La première fois que tu as trempé tes doigts dans mon eau, beaucoup de choses ont pris un sens que le langage courant n’avait pas su conceptualiser, par exemple les textures de la tendresse ou celles de l’inconnu tranquille. Ma géante spatiale, comme tes doigts pouvaient être longs. On joignait les paumes de nos mains et on les élevait à contre-jour, on jouait avec les enchevêtrements et les caresses, tu sentais même des chatouilles quand je faisais courir mes ongles le long du chemin qui va du début de ton pouce jusqu’à sa chute vers le reste de tes doigts. On levions nos mains à contre-jour et, comme par magie, des feuilles qui ne peuvent vivre que lorsqu’elles sont sur le point de frôler le soleil ont poussé du bout de tes doigts. Tes doigts n’étaient plus telle chose, mais tu les avais étirés et étirés, et il m’a fallu toute une nuit pour parcourir cet espace entre ton pouce et ton index. Je te regardais ébahie, avec les cheveux dans le visage et les doigts-branches, belle créature arborescente, stupéfaite de ta magnitude terrestre. Je me suis souvenu que j’avais mois aussi des doigts, bien qu’humains, et je les ai plongé dans ta chevelure fleurie. Tu as gémi de calme et de plaisir : tes racines dans ma rive, ta langue dans mon langage. Je t’ai vue-là, droite, saule millénaire, pendant que je spéculais sur les moyeux d’extraire la forme d’un corps à un tronc d’arbre, serait-ce aussi facile ? Tu étais si belle, centaure pleureuse, si belle, ta beauté étais si infinie que tu n’avais même pas peur, même transmutée en corps-arbre tu gardais ton cœur sur tes lèvres, l’écorce de ton tronc hydraté par ma vaseline industrielle et toi, vas-y, à me lancer des baisers en l’air, qui se levaient vers les nuages comme tes doigts à l’origine, « je ne mentais pas lorsque je t’ai dit que ton eau était vitale pour mon amour », « mon amour se nourrit de toi », tes baisers occupant tout l’espace dont nous parlions depuis longtemps.
cristina arrojo, abril-mayo 2024
PRESENTACIÓN DEL PROYECTO / PRÉSENTATION DU PROJET
Mathilde Lhuiziere y Cristina Arrojo
(ESP)
El proyecto «Sacarle la forma de un cuerpo a un tronco de árbol» nace desde la unión-bifurcación entre los movimientos de la danza, los del texto y los de la imagen. La idea del cuerpo como registro temporal atraviesa toda la producción artística: el cuerpo como acontecimiento más que como soporte, como organismo vivo que muta y se expande y cuyas formas son cambiantes en el espacio y en el tiempo. Siguiendo a Didi-Huberman (2006): “toda imagen es (…) lo que ocurre entre el mundo de los signos y el mundo del cuerpo”. La imagen, aquí, es fruto del instante espontáneo de la danza en que el cuerpo está dibujando las posibilidades de expansión en el espacio. El título es una alusión a la obra de Ana Mendieta y su forma de hibridar el cuerpo en la naturaleza hasta convertirlo en parte de ella.
La composición del proyecto está hecha con tres formatos-registros. Una primera obra dancística en la que Mathi baila la canción del rapero palestino-franco-argelino Saint Levant que lleva por título “5 am in Paris”, en la que hace referencia al desarraigo, a no sentirse en casa en ninguna parte aunque se esté en varios lugares, a lo que —entendemos nosotras— bifurca la presencia en algo fragmentario. “It’s been calling my name, but I don’t feel like home”, cuenta Saint Levant, y sobre eso nosotras pensamos: el único idioma universal es el de la ausencia. Desde aquí, y buscando navegar los fragmentos de los idiomas que no son ausentes, que están en nuestros cuerpos, dibujamos un proyecto en el que el cuerpo (el propio, el colectivo, el imaginario) desconfigura sus límites para expandirse, diluirse, bifurcarse en todas las cosas que puede llegar a ser.
En segundo lugar, explorando todas las cosas que puede llegar a ser el cuerpo, Cris escribió un texto donde bucea entre los idiomas con los que hablan los cuerpos expandidos, cuyo título es homónimo al del proyecto que presentamos. El texto está escrito en primera persona, desde una subjetividad no binaria que invoca a otra que ya no está, buscando el recuerdo y también el sedimento de lo que aquellos cuerpos conversaron y fueron juntos.
Por último, se tomó un registro visual del baile cuyo propósito era capturar el movimiento, congelarlo y observar qué formas podía tomar el cuerpo que, al bailar(se), se expande. La búsqueda, entonces, ha pretendido romper las fronteras del cuerpo, de la pertenencia, del desarraigo. Partiendo de ese registro, Cris ha intervenido el cuerpo de Mathi —su expansión— buscando las formas en que este se transforma, se estira, se dilata, se amplifica, se dimensiona; siendo el resultado una serie de cinco dibujos (realizados con pinturas y tintas sobre papel vegetal) que se corresponden con cinco momentos capturados del movimiento de la danza. Uno de ellos (corps-arbre 5) incorpora el poema “Llamado a todas las minorías silenciosas”, de la escritora bisexual June Jordan.
La imagen del cuerpo-árbol atraviesa toda la producción. Entendiendo al cuerpo como idea viva y peleando contra la aceleración y el vértigo que produce sobrevivir en la sociedad capitalista, el cuerpo-árbol que se expande y se estira y se desdibuja a sí mismo para dibujarse nuevo una y otra vez se presenta antagónico a esas velocidades neoliberales. El árbol, como estructura orgánica, comienza siendo semilla que germina en la tierra, que arraiga, con los tiempos necesarios para el crecimiento que permite la expansión de su cuerpo en el lugar donde se fija la vida. Entendemos el cuerpo-árbol como una bifurcación del cuerpo-humano, nos gusta pensar que las formas de ambos cuerpos se alimentan y se nutren, es decir: se expanden entre ellas.
(FR)
Le projet « Extraire la forme d’un corps à un tronc d’arbre » est né de l’union-bifurcation entre les mouvements de la danse, ceux du texte et ceux de l’image. L’idée du corps comme archive temporelle traverse toute la production artistique : le corps comme événement plutôt que comme support, comme organisme vivant qui mute et s’étend et dont les formes changent à travers l’espace et le temps. À l’instar de Didi-Huberman (2006) : « toute image est (…) ce qui se passe entre le monde des signes et le monde du corps ». L’image, ici, est le fruit de l’instant spontané de la danse où le corps dessine les possibilités d’expansion dans l’espace. Le titre est une allusion au travail d’Ana Mendieta et à sa façon d’hybrider le corps à la nature jusqu’à ce qu’il en fasse partie.
La composition du projet est constituée de trois formats-archives. Une première partie dans laquelle Mathi danse sur la chanson du rappeur franco-palestino-algérien Saint Levant intitulée « 5 am in Paris », dans laquelle il fait référence au déracinement, au fait de ne se sentir chez soi nulle part tout en étant dans plusieurs endroits à la fois, ce qui —comme nous le comprenons nous— bifurque la présence en quelque chose de fragmentaire. “It’s been calling my name, but I don’t feel like home”, dit Saint Levant, et cela nous mène à penser que le seul langage universel est celui de l’absence. À partir de là, et en cherchant à naviguer dans les fragments des langages qui ne sont pas absents, qui sont dans nos corps, nous dessinons un projet dans lequel le corps (le mien, le corps collectif, le corps imaginaire) déstructure ses limites pour s’étendre, se diluer, bifurquer en toutes les choses qu’il peut devenir.
Ensuite, en explorant tous les devenirs possibles du corps, Cris a écrit un texte dans lequel elle plonge dans les langages dans lesquels les corps déployés parlent, et dont le titre est homonyme à celui du projet que nous présentons. Le texte est écrit à la première personne, à partir d’une subjectivité non binaire qui en invoque une autre qui n’est plus là, à la recherche du souvenir et du sédiment de ce que ces corps ont été ensemble et de ce dont ils ont parlé.
Enfin, la danse a fait l’objet d’un enregistrement visuel, dont le but était de capturer le mouvement, de le figer et d’observer les formes que pouvait prendre le corps dansant qui se déploie. La recherche a donc cherché à briser les frontières du corps, de l’appartenance, du déracinement. À partir de cette archive, Cris est intervenue sur le corps de Mathi —son déploiement— en cherchant les façons dont il se transforme, s’étend, se dilate, s’amplifie, se redimensionne ; le résultat est une série de cinq dessins (réalisés avec des peintures et des encres sur papier calque) qui correspondent à cinq moments capturés du mouvement de la danse. L’un d’entre eux (corps-arbre 5) reprend le poème « Call to all silent minorities » (Appel à toutes les minorités silencieuses) de l’écrivaine bisexuelle June Jordan.
L’image du corps-arbre traverse toute la production. Comprenant le corps comme une idée vivante et luttant contre l’accélération et le vertige que nous produit survivre dans la société capitaliste, le corps-arbre qui s’étend, s’étire et s’estompe pour se redessiner encore et encore et se présenter comme un antagoniste de ces vitesses néolibérales. L’arbre, en tant que structure organique, commence comme une graine qui germe dans la terre, qui prend racine et qui, avec le temps nécessaire à la croissance, permet l’expansion de son corps dans le lieu où la vie s’établit. Nous comprenons le corps-arbre comme une bifurcation du corps humain, nous aimons penser que les formes des deux corps s’alimentent et se nourrissent l’une l’autre, autrement dit qu’elles se déploient entre elles.
Pour en savoir plus
(ESP) Mathilde Lhuizière es filóloga y bailarina, nacida en París y residente en Madrid desde 2018. Su trabajo a través de la danza se especializa en la rama del contemporáneo y el jazz, aunque su formación ha sido amplia y variada en estilos, desde el ballet hasta la performance. Su obra dancística no deja fuera la dimensión política del arte, sino que la integra y la acuerpa. Viene trabajando, a través de su cuerpo, en la visibilización y concienciación sobre el actual genocidio contra el pueblo palestino. Es activista en el Colectivo Bisexual Taberna Bi de Madrid. Instagram : @mathilachama
(ESP) Cristina Arrojo es historiadora del arte, escritora y artista. Es autora de los poemarios “DESPUÉS idea EL MURO” (2020) y “Dejar que sangre” (2024), así como de numerosos artículos para distintos medios de comunicación. Investiga sobre las relaciones entre arte contemporáneo, memoria histórica y activismos disidentes, con especial interés en los contextos de violencias políticas de Estado en América Latina y España. Es miembro de la Red de Políticas y Estéticas de la Memoria. También es activista en el Colectivo Bisexual Taberna Bi de Madrid. Instagram : @tycssen
(FR) Mathilde Lhuizière est philologue et danseuse, née à Paris et résidant à Madrid depuis 2018. Bien que sa formation en danse soit ample et variée, de la danse classique à la performance en passant par la salsa, elle spécialise son travail autour de la danse contemporaine et jazz. Sa recherche artistique, loin de mettre de côté la dimension politique de l’art, l’intègre totalement et la met en corps. Elle travaille, à travers son corps, à la visibilisation et à la prise de conscience du génocide actuel commis contre le peuple palestinien. Elle est activiste au sein du collectif bisexuel Taberna Bi à Madrid. Instagram : @mathilachama
(FR) Cristina Arrojo est historienne de l’art, écrivaine et artiste. Elle est l’autrice des recueils de poésie « DESPUÉS idea EL MURO » (2020) et « Dejar que sangre » (2024), ainsi que de nombreux articles pour différents médias. Elle mène des recherches sur la relation entre l’art contemporain, la mémoire historique et les activismes LGTBIQA+, avec un intérêt particulier pour les contextes de violences politiques d’État en Amérique latine et en Espagne. Elle est membre de la communauté de recherche Red de Políticas y Estéticas de la Memoria (Réseau de Politiques et Esthétiques de la Mémoire). Elle est également activiste au sein du collectif bisexuel Taberna Bi à Madrid. Instagram : @tycssen